Una casona abandonada en pleno Palermo, donde un par de años atrás hubo un bar de la cadena Temple Bar; ahora arrasada por el tiempo y la naturaleza. Nuestro proyecto desde el principio fue volver a la vida la casa respetando su identidad, potenciar las cualidades inherentes del espacio dado. Cada salón se impone con carácter fuerte, sus paredes son testigos de todo aquello que pasó por la casa y saben contarlo fielmente. Es por eso que la disposición de las pistas de baile y las instalaciones se dieron de manera natural. 

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La sala principal, con sus paredes llenas de espejos que llegan hasta el techo, fue donde se montó el escenario para las bandas y luego se transformó en la pista de música urbana. El salón que anida la pista electrónica fue la fusión de dos espacios diferentes: la cocina y el invernadero, uniendo paredes de azulejos blancos y ventanales y techo de vidrio cubierto por plantas. 

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Las instalaciones artistas se ubicaron una en planta baja, el nexo entre el patio y la pista invernadero; una sala cuadrada de techo bajo y paredes grafiteadas. La otra en la planta alta, en una habitación de paredes altas y blancas, siendo un lienzo perfecto para cualquier obra.